domingo, noviembre 05, 2006
Encuentro
De una alcantarilla salía humo cual un efecto de video clip musical. En realidad toda mi visión ese día estaba enfocada a esa zona entre las rodillas y el piso. Si subía la cara el agua me cegaba así que caminaba cabizbajo y achinado. Así aprendí el dolor de una púa de paraguas encajada inesperadamente en mi sien. Descubrí de qué color se ponen los zapatos cuando el agua los acosa y los alcanza. La mejor marca de calzado o la peor, todas con el mismo color triste, desabrido, de hollín de calle con cántaros de agua de ciudad, mezclado con aceite y gasolina arrojados hábilmente por los carros sin freno que infestan la ciudad. A esos los conozco muy bien.

En medio de esa emulsión de líquidos, emociones y colores se ocultó un hueco. Ese hueco en donde caería hasta la pantorrilla. Luego me pareció un hueco con dientes. Dientudo. Hiriente. Desgarrador. Cómo mi grito. El pantalón hecho tiras y el tobillo torcido más allá de lo decentemente permitido. Por fortuna salvé la rodilla soltando todo lo que traía: un libro viejo, un morral, un paraguas, posando las manos firmemente en el pavimento, manchándome de tubo de escape, de suelas, de escupitajos, de sudores, de polvo aguado.
Allí en ese instante, durante esos primeros segundos en los que nadie, ni tú mismo, saben lo que ha pasado fue cuando apareció. Él. Eso. Mi otro yo. Me observó con ojos de malicia, tensos como en espera de una reacción, amargados a la vez. Allí mismo maldije al mundo por no poder salir de aquellos dientes traidores para ir hasta ese yo, me revolví de la rabia e insulté a todo cuanto se me ocurrió insultar. Quedé ronco, a una distancia impotente de los héroes de la estación, o de la alcantarilla humeante, o del paraguas puntiagudo.
Luego esperé que el dolor se calmara (como si alguna vez esos dolores se calmaran) Ese otro Yo se difuminó en medio de una nueva pared de agua y mis intentos por salir lentamente, mirando sombrío la acera y más allá a los habitantes indolentes que se reproducen cuando llueve.
Esto ya me había pasado antes, en aquella otra avenida, más allá del parque. Recuerdo vagamente que la reacción de la gente fue más o menos la misma. Me miraban como a un loco enfurecido, sucio igual que sus zapatos y decían lo mismo que esta vez “ese es el vago que ronda por aquí, hablando solo y con un libro que nunca lee”
"Me faltan 3 barajitas..."

Al día siguiente temprano en la oficina revisó las repetidas de sus compañeros, el vigilante de la entrada, la recepcionista, el jefe y el jefe del jefe. En el ascensor subió y bajó unas 22 veces con gente de otras oficinas. En la panadería revisó con los 4 dependientes y con la cajera. Se metió en la cocina junto a los panes recién horneados y revisó las repetidas de los panaderos. Hizo lo mismo con el restaurante chino de más allá y con la pollera de enfrente. En la bomba de gasolina por fin logró encontrar una de las que le faltaba. Y mientras el empleado de la bomba iba a buscar la barajita él se encargó de llenar los tanques de dos camionetas y hasta les limpió el parabrisas silbando alegre por su hallazgo. Ni los conductores de las dos camionetas ni sus hijos tenían barajitas que le sirvieran.
Viajando en el Metro tomó 18 trenes y revisó barajitas con gente en 14 estaciones distintas entre 3 líneas. A media tarde los empleados del Metro lo sacaron a la calle por sospechoso y porque además no tenía barajitas que les sirvieran a ellos. Estaba lejos de su casa así que tomó un autobús y allí conversó con todos los pasajeros revisando barajitas. Al doblar la esquina para llegar a su casa encontró otro de los cromos que le faltaba y loco de alegría se bajó del autobús y tomó otro que iba en dirección contraria. Así recorrió la ciudad de extremo a extremo en 8 autobuses distintos, a través de 72 paradas, 48 kioscos, 10 panaderías y hasta una licorería en donde tras dos cajas de cerveza logró revisar barajitas con 23 borrachos... pero sin resultado.
Finalmente agotado tomó nuevamente el autobús hasta su casa. Era ya tarde. Se bajó y comenzó a caminar hacia la entrada del edificio. Por el camino detuvo a una vecina y al conserje pero no tuvo éxito. La barajita no aparecía. En la entrada de su edificio un indigente revolvía la basura en busca de restos así que lo rodeó para llegar hasta la cerradura. En eso le abofeteó el olor penetrante del vagabundo y se volteó para decirle que se fuera pues además estaba regando todos los desechos. “¡Epa, sal de aquí vago!”. El indigente gruñendo se comenzó a retirar de mala gana, a unos metros se detuvo y se volteó “¿A usté le falta la 29 verdad? sonrió con unos dientes picados sacando de un sucio bolsillo la flamante y esquiva barajita. De inmediato se metió en una vereda cercana para subir hasta la barriada pobre y oscura que quedaba detrás.

La espera

Pararé en loco!
- Hola Doctor – saludó
- Hola – le respondí – siéntate en este sofá, ponte cómodo y vamos a comenzar, ¿te parece?
- Está bien - dijo y se sentó abrazando sin darse cuenta uno de los cojines
- A ver… ¿qué te trae por aquí?
- Voy a parar en loco Doctor – me dijo tranquilamente
- ¿Cómo es eso, explíqueme?
- Bueno…usted me ve ahora tranquilo, conversando con usted y de lo más normal…pero la verdad es que los miedos me acosan aquí y allá y cuando menos me lo espero alguno de ellos me paraliza
- ¿Descríbame esos miedos? – le pregunté ya muy curioso
- ¿Describirlos?...bueno no lo sé…lo que le puedo decir es que me congelan…le tengo terror a manejar por ejemplo, terror a un accidente o a un altercado o a no saber que hacer o a quedarme debiendo un dineral por el choque…
- Disculpa – le interrumpí - ¿Tu manejas normalmente? – Ya me esperaba la respuesta…
- No Doctor, no manejo
- ¿Y como temes tanto el manejo si no lo practicas?
- Allí está el detalle…no lo sé…pero me asusta…pienso que pararé en loco…y eso no es lo único…cuando me frustro me doy golpes, me grito a mi mismo y me golpeo con mucha fuerza…o me muerdo, en ocasiones hasta sangrar…

En ese momento una perla de sudor le bajó por la sien y sus ojos mostraron por uno o dos segundos ese reflejo de locura al cual tanto le temía el paciente…
- Mire, vamos a revisar que pasa con usted, vamos a conversar y a trabajar sobre eso, es importante su decisión de venir a verme así que por allí ya podemos decir que comienza la solución…
- Pero Doctor…le digo que estoy aterrado…me descontrolo…no agredo a nadie eso sí, pero cuando estoy solo soy un peligro pero para mi mismo…y para algunos objetos que he destrozado por pura frustración…
- Bueno, bueno, calma…creo que si logras como dices controlarte cuando estás con otras personas lo podrás lograr estando solo…lo primero que vas a hacer es responderme este cuestionario de preguntas, hazlo con calma, llévatelo a tu casa y en la próxima cita comenzamos a trabajar sobre eso ¿si?...ah y es muy importante que me escribas un cuento
- ¿Un cuento?
- Si, un relato sobre cualquier tema, escríbelo preferiblemente en primera persona
- Está bien Doctor – se puso de pie dudoso – Nos vemos entonces en la próxima cita
Acto seguido mi paciente un poco más tranquilo aún de lo que ya vino salió de mi oficina mientras yo anotaba sus datos y su próxima cita….
A la semana siguiente regresó todavía con su tranquilidad característica y llevando bajo el brazo una carpeta.
- Doctor….aquí le traje varias de las respuestas y el cuento que me pidió…- lo dijo casi con vergüenza
- ¡Muy bien!, déjeme guardarlo aquí en mi escritorio y luego los leo…
Tomé las hojas escritas que me dio y antes de guardarlas en la gaveta leí por encima pues me llamó de inmediato la atención la primera línea de su cuento que decía…”El siguiente paciente llegó puntual, tímido más no inseguro, con ropa casual, informal y cómoda…”
Nueva casa

Al llegar al frente de la casa, el hombre comenzó a detallarla, era una amplia construcción de madera oscura, en su parte frontal tenía un extenso corredor cuyo techo era sostenido por delgadas columnas pulidas, para entrar al mismo había que subir una pequeña escalinata de apenas tres escalones. El hombre pisó el primero y sintió un crujido, que sonó a viejo, en la madera, terminó de subir y paseó por el corredor de un lado al otro con la sensación de quien ya se ha adueñado de su casa, acariciando la madera y reconociendo el olor de su nuevo hogar. El viento sopla, cada vez mas fuerte, “Va a llover pronto” piensa el hombre, saca las llaves del bolsillo y las introduce en la cerradura. La puerta se abre con parsimonia, hacía tiempo que no lo hacía, una nube de polvillo fino rodea al hombre, quien entra confiado y satisfecho. A la izquierda, unas viejas sillas y una mesita forman la sala de estar y recibo, a la derecha, una gran mesa rodeada de seis sillas altas bajo una lámpara de vidrio es el comedor, al fondo, hacia el ala izquierda, está ubicado un enorme baño y en el lado opuesto se ubica la cocina, todo esta adornado por una gruesa capa de polvo. El hombre abre las ventanas de gruesos postigos, que se quejan al abrirse, en la cocina algunas gavetas están abiertas y una ventanilla rota. El corredor del fondo permite contemplar los bosques por entre los cuales, corre un camino serpenteante en dirección al pueblito. El hombre vuelve a entrar a la casa y se dirige a las escaleras que llevan al segundo piso, donde se encuentran las cuatro habitaciones que servirán para alojar a su familia. A medida que va subiendo contempla los pintorescos cuadros colocados en la pared izquierda, todos fueron pintados por un mismo autor, un primo de la familia, en ellos están representados abuelos y tíos de los anteriores dueños, quienes vivieron por muchos años por aquellos lugares. Por fin llega arriba, a lo largo del pasillo se pueden ver las cuatro puertas correspondientes a los aposentos, cuatro habitaciones y un baño, un ruido infinitesimal, pero perceptible, llama su atención, “un ratón”, piensa, el ruido se repite, “¡Bah!, ya los iré matando”. El hombre toma la perilla de la puerta del baño, adentro hay menos polvo que en el piso de abajo, mas bien todo parece demasiado limpio, en el lavamanos, unas manchas azuladas y rojizas, rodean el desaguadero, “algún pintor intruso debe haber dormido aquí” reflexiona, entre tanto, en el fondo del pasillo el ruido se desliza. El hombre sale del baño y penetra en el primer cuarto, es el estudio, allí hay un escritorio, una ventana que da hacia el frente y un closet-biblioteca, se detiene frente a este último y lo abre, afuera se oye el ruido una vez más, pero él no le presta atención pues está abismado; en todas las hileras de la biblioteca hay fragmentos limpiamente cortados de muñecos y muñecas de todas clases y tamaños, organizados simétricamente uno por uno, como si se hubieran separado todas sus partes. El hombre toma algunos de los pedazos y los contempla; los cortes son finos y bien hechos, la explicación sigue siendo la de un intruso, quizás algo loco. Un tanto turbado, entra en el segundo cuarto, allí consigue una litera alta, un pequeño escritorio y una amplia peinadora con varias gavetas, echa un vistazo por la delgada ventana que se ubica sobre el escritorio y se preocupa un poco, tener que lidiar con alguna especie de loco no estaba en sus planes. Revisa meticulosamente el escritorio y consigue algunos papeles viejos de poca importancia y revistas amarillentas, luego camina hacia la enorme peinadora ubicada en la pared contraria, se mira en el espejo y se acomoda un poco el cabello, lleva sus manos hacia las asas de la primera gaveta y abre. En el fondo el ruido vuelve a oírse, pero esta vez se le suma el grito que da el hombre, consternado por el absurdo espectáculo que se ofrece a su vista; en el interior de la gaveta, agrupados en pequeños montones, se ven las partes cercenadas de ratones, ratas y otros roedores pequeños, de distintos colores, todo colocado con una gran limpieza y orden. El hombre pierde la calma y se dirige rápidamente al tercer cuarto, allí se encuentra con una cama doble y un mueble de madera negra con tres gavetas largas, se acerca a estas y las abre presurosamente, lo que ve lo asquea, “¿que demonios es esto?” exclama; ahora los montones son mas grandes pues están formados por las partes diseccionadas de perros, gatos, palomas y hasta un cerdo, todo cortado limpiamente y organizado de manera demencialmente simétrica. El hombre siente una arcada y retrocede, “¿quien pudo haber hecho esto?” se pregunta contrariado. El ruido, como un rumor seco, vuelve a oírse, viene del último cuarto. El hombre se endereza, “vamos a ver que ocurre aquí” piensa y lleno de decisión se encamina hacia el fondo del pasillo, en su mente se entremezclan el miedo y la ira, al llegar frente a la puerta, estos dos sentimientos entran en conflicto pero al final vence la rabia y abre violentamente esperando encontrarse con cualquier cosa, afuera los árboles murmuran con el viento helado mientras que los pájaros se adormecen un poco, el hombre pasea la mirada por la habitación; una cama angosta, junto a una de mayor grosor, con una ventana amplia en su cabecera y un grueso armario macizo al lado de una larga peinadora con dos grandes gavetas, no se oye el ruido, no se ve mas nada. Por unos segundos el tiempo se detiene y sólo se oye el tañido lejano de las campanas de la iglesia llamando a la misa vespertina. El hombre se acerca cautelosamente a la peinadora y con manos temblorosas comienza a abrir la primera gaveta, pero, un chasquido, desde el fondo del armario lo paraliza, no son ratones, el ruido es muy fuerte, el hombre toma una tabla suelta del suelo, se coloca frente a la doble puerta y abre rápidamente blandiendo el madero, entonces cae derribado por algo de pelambre marrón que lo mira con ojos brillantes; un peluche. El hombre siente como le laten las sienes de la tensión, se quita el muñeco de encima y examina el fondo del armario. Agachado contra la pared posterior, un niño de grandes ojos pardos lo observa con desconfianza, tendrá unos siete años, tiene la piel muy pálida y el cabello, de color castaño, alborotado. Lentamente se pone de pie y camina vacilante hacia la puerta, el hombre se incorpora aliviado y con una enorme sonrisa lo toma en brazos, “así que estuve a punto de morirme del miedo por culpa de un niño, ¿de donde saliste, eh?”. Saca al niño de la habitación y camina hacia las escaleras, “posiblemente lo encerró aquí la misma persona que hizo todo lo demás, quien sabe” piensa, le sonríe una vez mas al niño, quien lo ve fijamente, sin pronunciar palabra. Baja las escaleras, sale por la puerta principal y recorre todo el montículo hasta llegar hasta la camioneta donde deja a la criatura. “Quédate aquí y no te muevas, ya regreso” le dice y comienza a recorrer el montículo de regreso. Cuando llega a la cima, se voltea, el niño todavía se ve, parece que siguiera atentamente todos los movimientos del hombre, este baja de la colina intrigado en dirección a la casa y entra en ella. Si viera de nuevo el auto se daría cuenta de que el niño ya no está en él.
El hombre sube las escaleras dirigiéndose al primer cuarto, una vez allí, sacude un poco el polvo y abre la ventana, luego toma las gavetas de la peinadora y vacía su contenido en una bolsa plástica grande, acto seguido, camina hacia la segunda habitación y repite la operación. A medida que realiza su pequeña labor de limpieza, infinidad de preguntas y dudas acuden a su cabeza; “Quizás la misma persona que hizo las disecciones encerró al niño en el armario y lo olvidó. El niño es muy raro, debe ser el encierro, sus ojos tienen una mirada profunda y sus manos están llenas de pequeñas marcas, como de diminutas heridas, tal vez la persona que lo encerró también lo torturó, debe ser algún psicópata, debo andar con cuidado y llamar a la policía cuanto antes”, y sigue acomodando y limpiando.
Abajo, la puerta de la cocina se abre, una figura entra muy lentamente y con pasos medidos se va acercando al pie de la escalera, arriba se escucha el ruido de la limpieza que hace el hombre, la figura pone el pie en el primer escalón.
El hombre termina la limpieza en el tercer cuarto y entra en el último, de pronto recuerda que no ha revisado todavía el contenido de las gavetas de la gran peinadora, el pulso se le acelera y siente el corazón golpeándole el pecho; tomas las asas de las gavetas, siente un escalofrío intenso, ¿que encontrará en la gaveta?, alguien, o algo, lo mira desde atrás, siente su presencia, se voltea rápidamente, no hay nada, ni en la habitación, ni en el pasillo, un temblor recorre su cuerpo y suda copiosamente, vuelve a tomar las manillas de la gaveta, abre de un tirón y mira; adentro hay herramientas, sólo herramientas: dos bisturíes, un filoso y largo cuchillo de cocina, algodones en gran cantidad, una botella de alcohol, guantes, una inyectadora junto a un frasco de líquido transparente. El hombre va colocando todos los objetos sobre el mueble. En la segunda gaveta hay dos gruesos paquetes de hojillas y mas algodón, y en la tercera gaveta hay sólo algodón. El hombre asombrado se da cuenta de que acaba de descubrir los implementos con los cuales se llevó a cabo la carnicería de los demás cuartos. Todos los objetos están inmaculados, los cuchillos muy afilados, demasiado afilados. El hombre levanta la vista, vuelve a sentir que algo lo mira desde atrás, oye su respiración, se voltea violentamente y descubre al niño quien lo mira inocentemente y con algo de miedo, desde la puerta, “así que escapaste, pillo”, le dice cariñosamente el hombre, mientras lo toma en brazos y lo deposita suavemente en la cama; “bueno, será mejor que termine mi trabajo para irnos”, sacude el polvo de la parte alta del armario y lo revisa por dentro, luego se dirige a la ventana, la abre de par en par y contempla el paisaje, “desde aquí hay una hermosa vista, se ve todo el pueblo...aquí dormiré con mi esposa” piensa, y recuerda con cariño a su otra mitad, una sonrisa se extiende en su rostro. Atrás se oye un ruido metálico, el hombre se alarma “¡el niño está jugando con las herramientas!”, se da vuelta y entonces el cuchillo penetra silenciosamente en su garganta, de la cual brota un grueso chorro de sangre, el hombre se lleva las manos al cuello, el niño sonríe divertido y se echa hacia atrás para ver caer al hombre, este se desploma, con una mirada incrédula que se va nublando, siente que el mundo se le oscurece, y luego de unos segundos, ya no siente nada. El niño lo toma por los hombros y lo voltea, luego baja todas las herramientas de la peinadora y las coloca ordenadamente en el suelo junto al hombre, también saca todo el algodón de las gavetas, afuera llueve, el cielo de color plomizo no augura nada bueno, el niño toma un bisturí, lo hace girar, se hace una pequeña incisión en el dedo de la cual brota una gota de sangre, entonces sonríe y comienza a trabajar.

Muchacho al fin...

- El presidente procede a abrir la sesión del día...-
Todos los directivos se levantan, y el muchacho, un tanto sorprendido, también lo hace, luego de unos segundos todos se sientan menos él:
- Buenos días- dice, y sin esperar respuesta se sienta, una sonrisa adorna sus labios- queda abierta la sesión de hoy, procedamos-
Ahora todo está en orden. El presidente ya llegó
Un día
Los viejitos
El don de soñar
Cuando perdí mi primer ojo el dolor fue muy intenso, todo se cubrió de bruma y la bruma era roja, pero aun la podía notar, y en el corto lapso de un momento todo se veía más claro, sabía quien era, sabía donde estaba, y al saber la repuesta de estas dos preguntas no me preocupé más y mis dolores desaparecieron. Sólo una interrogante turbaba aquellos días en los que perdí mi primer ojo, pero ahora ya conocía la respuesta; yo existía. Mi alegría fue muy grande al descubrir que en lo único que me afectaba la pérdida era que veía el mundo un poco torcido y deforme, pero ahora ya sabía como era, por lo menos físicamente, y comencé a querer a la gente que estaba a mi alrededor porque se preocupaban por mí, y no me sentí solo en el mundo aunque si un poco incompleto, porque por más que sea, algo me faltaba. Sin embargo, seguía con mis propios sueños y deliberaba sobre ellos con los otros que compartían mi don, y nos sentimos dueños de todo lo que existía, aunque para nosotros lo único que había eran nuestros propios sueños.
Cuando perdí mi segundo ojo me di cuenta de que me preocupaba mucho por el futuro, y aunque en ese momento me sentí importante al descubrir mi propio interés, luego supe que en realidad como que era malo. Aun así, mis días siguieron en un adorable paso de una emoción a la otra, pues ahora ya sabía que había varias emociones para disfrutar, y me paseaba libremente entre la risa y el llanto, entre la ira y el asombro, de todas disfrutaba enormemente y de vez en cuando alguna de ellas hacía que algo me doliera, pero eso no importaba, mi vida transcurría entre pensamientos placenteros acerca del futuro y las emociones. En ese tiempo descubrí que me cansaba, a veces mucho, y en ese tiempo descubrí que era grande, no más que los árboles a mi alrededor, no más que la gente que yo quería porque se preocupaban por mi, pero si más grande que muchos que eran menores que yo, e incluso, más que algunos que compartían mi don y permanecían a mi lado discutiendo sobre el futuro y las emociones.
Cuando perdí mi tercer ojo, noté incómodo que me empezaba a preocupar por los demás y no solo por mi, y aún más incómodo fue notar como crecía en mi interior un cosquilleo molesto por conocer a otros de otro sexo, y me preocupé por mi apariencia, y me preocupé por lo que comía , y me preocupé por lo que aprendía, por el futuro otra vez, por las nuevas emociones que me preocupaban, por dormir lo suficiente, por lo que había perdido y quizás no pudiera recuperar, y en ese momento casi lloré, y me preocupé también por tratar de expresar todas mis preocupaciones, me preocupé por que no me estaban entendiendo. Yo charlaba largamente con los otros que compartían mi penurias acerca de las preocupaciones, y comenzamos a preguntarnos si habíamos venido a este mundo tan solo a preocuparnos, y empezamos a pensar de que manera afrontaríamos la tortuosa vida de preocupaciones que se nos echaba encima , y todo esto lo pensaba porque en ese entonces me sentía solo.
Cuando perdí mi cuarto ojo, estaba jubiloso, por la simple razón de que me sentí acompañado una vez más, y el otro del otro sexo me amaba, y yo acabé por descubrir una gran emoción que desconocía, y me noté fuerte y dispuesto a todo. El otro me ayudó a descubrir mis virtudes y yo comencé a conocerme, o al menos eso creí. Ahora sólo me interesaba por el otro, y su bienestar era el mío y su alegría la mía, mis preocupaciones vanas eran si el otro estaba feliz, y no me di cuenta de que me abandonaba yo mismo. Pero al menos reía, y mi risa era por su risa, y el futuro era fácil y los problemas irreales. Al perder mi cuarto ojo mi vida estaba plena, y aunque había perdido mi mundo de sueños ahora me encontraba satisfecho con ese otro mundo al cual llamaba realidad, y sin saberlo, cometí el error de penetrar en un sueño artificial e inútil y no puro y bello, como era el que en realidad me pertenecía, pues en el estaba todo lo que yo significaba y todo lo que había aprendido para aplicarme al mundo sin que doliese demasiado.
Cuando perdí mi quinto ojo ya el futuro estaba encima y no sabía como afrontarlo. Todo lo que aprendí lo apliqué y dio frutos, algunos muy amargos por cierto. Seccioné mi futuro en varios caminos y mi gran disyuntiva era: ¿ cual de ellos?. Al decidir estuve solo, el otro del otro sexo se fue y me sentí entonces solo otra vez, pero no solo me sentí solo, también me sentí único y esa palabra me reconfortó, porque descubrí que de verdad era único en el mundo, y mis fuerzas aumentaron. Tomé entonces varias decisiones para alimentar mi nuevo mundo, el cual, aun siendo nuevo, era mío, y con eso bastaba.
Y cuando perdí mi sexto ojo quedé ciego, y descubrí que yo era una Araña, y como tal, sólo necesitaba ser Araña para sobrevivir, y como tal, todo lo que alguna vez pensé fue inútil y todo lo que decidí fue innecesario, y como tal, sólo me restaba terminar de vivir una vida alienada dedicándome tan solo a ser una Araña. Y en ese momento no supe si reír o llorar.
Y finalmente lloré.
viernes, noviembre 03, 2006
Cruento

Miro una película en solitario, en una sala de cine repleta de gente que viene en grupos, compré mis cotufas y chocolates, y nadie me guarda un puesto, porque vengo solo y hasta me enorgullezco de eso, pero ¿valdrá la pena?, digo, ¿venir solo o estar solo un tiempo?, desde luego, un tiempo. A mi lado un asiento vacío, esperándote, a ver si apareces tal cual como te he creado una y mil veces, casi a la perfección. La película transcurre entre plácida y tensa, por dos horas me olvido de la espera. Cuando termina la proyección, siento en mi estomago una familiar sensación, como un dolor, como un vacío. Luego de desperezarme un poco, contemplo a la gente retirándose del cine y dejándome allí, como siempre. A mi lado un asiento vacío, no viniste hoy tampoco. Lentamente camino hacia la puerta y abandono la sala, un aire frío me azota la cara, ya es de noche, debo volver a la casa.
En la casa me esperan montones y montones de periódicos, revistas, folletos y recortes, que me han dejado mis padres, vecinos, amigos, familiares, etc. Todos quieren ayudar a la causa, porque yo siempre estoy errado. La vida de pronto se convierte en una serie de etapas incesantes, en las cuales durante un tiempo, todas las personas que te consigues te hacen la misma pregunta: ¿a quien quieres más?, ¿que quieres ser cuando seas grande?, ¿que vas a estudiar?, ¿cuando te gradúas?, ¿cuando te gradúas?, ¿cuando te gradúas?...¿y el trabajo?, ¿cuando te casas?, ¿cuando tienes hijos?, y así va todo, en forma de coro enorme que te alienta firmemente a hacer lo que se te pregunta. En la cama me he preguntado a veces, ¿será planeado?. Me siento al lado del teléfono otra vez, como todas las noches, desde aquí leo los avisos de prensa, oigo música, veo televisión, y contesto llamadas telefónicas, en las cuales normalmente se cuela la pregunta incesante de esta etapa. Cuando ya es muy tarde, contemplo el último aviso y acaricio un tanto el teléfono, no llamaste, era de esperarse. Luego me dirijo a mi habitación, suerte de refugio repetidamente violado. Duermo soñando con el plan de fugarme.
La última noche de esta etapa caminé con todo el dinero que pude reunir y algunas cosas personales, me dirigí a la estación de autobús más lejana, llamé por teléfono a mi casa y a la casa de todos mis amigos, vecinos y familiares, a cada uno le dije sólo una frase de despedida, o más bien una pregunta: “¿Y el trabajo?” e inmediatamente colgaba. Ahora tomo el primer autobús y salgo a buscarte, porque sé que no vendrás.
El examen

La velocidad con la cual se acercaba el día de la prueba era vertiginosa, y cuando por fin llegó, el tiempo se detuvo y el despertador también, eso obligó al pobre muchacho a salir corriendo de su casa para llegar, en escalofriante carrera, ¡a ningún sitio !, pues no recordaba en donde era su lugar de presentación, y el papel donde lo tenía anotado lo había dejado seguramente en su casa.
Anduvo un poco más y descansó luego unos segundos, los cuales le bastaron para darse cuenta de que había llegado, casi milagrosamente, a su destino. Esta vez, el muchacho tuvo la precaución de entrar por la parte de atrás, el profesor de la asignatura lo vio y le señaló, en total silencio, el pupitre solitario que le correspondía. Un poco más calmado tomó asiento y enseguida tuvo en sus manos la hoja del examen, observó atentamente el extraño dialecto en que estaba escrito y se paralizó; miró a su alrededor y notó el concentrado silencio de sus compañeros de clase sobre sus criptogramas, luego posó los ojos en su examen y cayó en cuenta de que había estado leyendo el encabezado y la fecha, sin embargo, podría jurar que no había entendido nada en su primera lectura, quien sabe que clase de broma le estaba jugando su mente ahora. Procedió entonces a leer los enunciados de los problemas, a recordar fórmulas y a plantear las primeras ecuaciones; utilizó el borrador activamente y las primeras perlas de sudor coronaron su frente. Se enfrascó con un problema en especial, pues recordaba haber hecho otro parecido mientras estudiaba, pero instantes más tarde se rindió y recordó que tampoco había podido resolver el otro. Su mirada, brillante por las lágrimas de frustración, paseó por todo el salón y allí descubrió un desierto en donde lo que escaseaba no era el agua, sino la ayuda, o quizás, el consuelo de algún rostro amigo que estuviera en las mismas condiciones que él, es decir, perdido completamente. Cuando su mirada tropezó con el profesor, este lo miró sospechosamente y proclamó en voz alta la pena de expulsión para los que fueran sorprendidos copiándose sus pruebas. Varias personas se levantaron y mantuvieron secretas conversaciones con el profesor, charlas de las cuales, como siempre, no se puede oír nada. El muchacho llegó a la conclusión de que lo que querían quienes iban a hablar, era que les conmutaran la pena que colgaba sobre sus cabezas.
Nuestro protagonista suspiró y concentró con un poco más de fuerza sus pensamientos, de pronto se le había ocurrido una posible solución. Tomó su lápiz y comenzó a escribir. Sumó, despejó y sustituyó; lentamente fue tomando forma un método para resolver el ejercicio. Recostándose sobre la tabla, absorbido por sus cálculos, no se incorporó hasta que halló una solución convincente. Se estiró entonces con fruición y una gran sonrisa se dibujó en su rostro. Era la mitad del examen lo que había resuelto y quedaban pocos minutos para que finalizara el tiempo de presentación. Al menos iba a pasar, con eso le bastaba para sentirse bien. Vio entonces que la mitad de los examinados ya se habían ido y decidió, por lo tanto, retirarse él también. Guardó el borrador y la calculadora y se levantó tomando el examen por una esquina, fue en ese momento, revisando por última vez sus cálculos, cuando descubrió que algo estaba mal, ¡dios mío!. Se dejó caer en el asiento y notó con asombro como uno de los números que componían la fecha, se deslizaba lentamente hacia la parte inferior del papel, tropezaba con un guión y se posaba finalmente sobre una “ese” mayúscula. El muchacho, abismado, tomó el lápiz y con la borra del mismo tocó suavemente el número, luego lo fue impulsando hacia arriba y lo dejó en el sitio que le correspondía, entonces separó poco a poco el lápiz y ...nada pasó. Exhalando un suspiro de alivio, el muchacho tropezó la hoja, sin querer, con el borde de la mano, arrepintiéndose en el acto. Todas las letras de su nombre y del enunciado, y los números de la fecha y los datos cayeron, como una lluvia negra, hacia abajo, empujando a su paso a todos los demás signos que tenía el examen. El muchacho, horrorizado, observó que algunos números al llegar al borde del papel, se precipitaban al suelo, agarró con incontrolable temblor la parte inferior de la hoja y la dobló hacia arriba para contenerlos, luego miró con cautela a su alrededor y se sorprendió de que nadie notara su extraño dilema. Colocó la hoja lo más derecha y estable que pudo, y pensó que todo aquello era imposible, se escapaba a su comprensión la caída de los signos que hacía algunos instantes había escrito. Luego de unos segundos de vacilación decidió que no podía dejar la hoja así, con un negro montón de letras y números en su parte inferior. El profesor, sin duda alguna lo citaría, o algo así, y le pediría una explicación para algo que a él se le tornaba tan incomprensible como el examen mismo. Blandiendo nuevamente el lápiz, comenzó a organizar todo tal como recordaba que estaba; algunas letras se quedaban en su sitio fácilmente pero otras se caían apenas las soltaban. El muchacho, en medio de su angustia, tropezaba a veces con la hoja y entonces comenzaban a moverse los números de nuevo. Debió contorsionarse y retorcerse al máximo para evitar la repetición del deslizamiento general. Instantes más tarde, el profesor anunció la finalización del tiempo y el muchacho se paralizó. Había logrado colocar todo más o menos en donde le correspondía luego de muchos esfuerzos, pero ahora, debía llevar la hoja hasta el escritorio, en la parte delantera del salón, y eso se veía demasiado lejos. Esperó en tensión que finalizara la salida de sus compañeros, quienes comentaban con alegre charla sus aciertos durante el examen, o con triste enajenación, su inminente fracaso. El muchacho los contempló en silencio un buen rato y finalmente se levantó. Con pasos suaves y con gran lentitud caminó hacia el profesor, quien se abstuvo de hacer algún comentario, por fortuna para el muchacho, ya que cualquier ruido que lo sobresaltara habría producido un caos en su hoja de papel. Llegó hasta el escritorio y con suma delicadeza entregó la hoja, con inesperada brusquedad el profesor tomó el examen y el muchacho con un pequeño salto cerró los ojos... luego de unos segundos de pavor los abrió y contempló el montón de pruebas ya apresadas por una liga a un lado del escritorio. El profesor comenzó a hablar con algunos de los alumnos que lo fastidiaban siempre y entonces el pobre muchacho fue hasta su pupitre y se deslizó fuera del aula.
Sentados en uno de los muros, cerca del edificio donde estaba el fatídico salón, el muchacho, con risa nerviosa y buscando en mi alguna mirada de incredulidad, terminaba de relatarme su imposible historia. Sus manos aún temblaban un poco pero estaba mas tranquilo que cuando llegó. De pronto, guardó silencio y palideció, en esos momentos salía el profesor del edificio portando bajo el brazo el paquete de los exámenes, pasó frente a nosotros y le dedicó una corta sonrisa al muchacho siguiendo luego su camino, fue entonces cuando un diminuto número dos llegó flotando lentamente hasta nuestros pies, volteé entonces asombrado hacia mi acompañante pero este no podía verme hipnotizado como estaba, seguí con pavor su mirada y noté como en el suelo letras y dígitos formaban una franja oscura, como un rastro, tras los pasos del profesor. Cuando nuevamente me volví , el muchacho tomó sus cuadernos y su libro y salió corriendo.
La culebra y yo
