domingo, noviembre 05, 2006

 

Muchacho al fin...

Un poco alterado por el tránsito, el joven sube los vidrios y sintoniza una estación de música criolla suave, se recuesta en el asiento, se frota las sienes y se afloja el nudo de la corbata pensando en la reunión próxima. Nuevamente debe compartir con todos esos ancianos que se la pasan deliberando acerca del futuro de la empresa, las medidas económicas y las tasas de interés, mientras se toman una pastilla, van al baño o tosen desesperadamente a cada momento. Estos ancianos son los amos de la compañía, su palabra es ley, ellos son quienes verdaderamente mantienen a la empresa con vida. El autobús que va adelante avanza un poco y el joven amodorrado oprime el acelerador deteniéndose justo detrás, unos metros más y llegará al cruce. No cabe allí oportunidad para los nuevos valores, abogados, administradores, ingenieros, o casi cualquier carrera, recién graduados, con brillantes notas, consiguen todas las puertas cerradas, con un cartel que indica: “EXPERIENCIA MÍNIMA DE 5, 10 O MAS AÑOS”, es realmente complicado intentar penetrar en ese mundo dominado por viejos zorros interesados en mantener su cuota de poder en todo momento, miembros todos de una rosca de antiguos amigos, un círculo de compinches que se roban, se acusan, se juzgan y se liberan ellos mismos, un grupo para el cual la juventud significa: tiempo pasado, ingenuidad y pérdida de tiempo. El joven sube el volumen de la radio y observa un poco más tranquilo el reloj, faltan diez minutos y por lo menos ya está avanzando. Un carro deportivo, en la siguiente calle, se dispone a llevarle la contraria, pero el joven, gracias a un fuerte cornetazo, una grosería pronunciada en voz baja, y una repentina aceleración, logra salvar el obstáculo. Este es un prejuicio bien camuflado por la sociedad, algo que realmente no trasciende, debido a que quienes podrían hacer que el mismo trascendiera, son los que están involucrados en la rosca de aquellos a los cuales ni siquiera interesa el asunto. El joven, embebido en sus reflexiones, se relaja aún más. Al frente, un camión de la basura ejecuta su cotidiano aseo pausadamente, obstaculizando la circulación de los carros. El muchacho se da cuenta y se tensa al instante, mira de un lado a otro en busca de oportunidades para colarse, pero, imposible, todo está cubierto por la gran masa mecánica de color azul. Cinco preciosos minutos transcurren allí, atrapado en esa insignificante calle. A medida que se van deslizando los segundos, el joven se pone más y mas nervioso, va a llegar retrasado y esto no le conviene para nada. En su desespero recuerda todas las injusticias sufridas como menor de edad, no poder entrar a una discoteca, manejar viendo a cada fiscal de tránsito desde atrás de los lentes oscuros como el más terrible enemigo, oportunidades de trabajo perdidas por falta de experiencia, miles de entrevistas, chequeos, cartas, peticiones y rechazos. Todos los avisos de periódico remarcaban: experiencia, cinco años o más, enviar currículo, etc. Todos los avisos crecían monstruosamente haciéndose cada vez más inasequibles. El muchacho suda copiosamente, sus cornetazos continuos por fin obtienen respuesta, un grito se oye desde el otro lado del camión y este arranca casi despectivamente, todos los carros se amontonan detrás y los choferes empujan con la mente, pero el camión no hace caso y prosigue su marcha de tortuga. La radio está apagada y los vidrios abajo en el carro del muchacho. Conseguir algunos trabajos y renunciar, o ser despedido de ellos, fue todo un solo movimiento conjunto, lo que había era ambición de dinero, de poder, de posición, todo se componía de ilusiones, de un sueño que se quebró varias veces en mil pedazos. Las lágrimas corren ahora por las mejillas del muchacho, mientras recuerda los sufrimientos y humillaciones, tan presentes en su alma, su angustia se mezcla con la ira y la impotencia ante un reloj implacable que le atenaza el cuello todos los días y no lo deja casi respirar, ¿hasta cuando la presión?. El camión ya se encuentra lejos y allá, a unas cinco cuadras, se levanta imponente la gran mole que el muchacho tiene por destino; el edificio sede de la compañía, antro de los viejos dominantes y poderosos, faltan aún cuatro minutos para la reunión, por lo cual el muchacho se tranquiliza, pues prácticamente ya ha llegado, sus pensamientos vuelven a volar. No se trata de un prejuicio como el racismo o el machismo, ambos muy publicitados y discutidos, no es algo público, ni algo que se conversa en algún programa de opinión, es mas bien una especie de secreto que posee su propia ley del silencio y que realmente no constituye un problema para nadie, pues ni siquiera los propios jóvenes se dan cuenta de él, una vez que consiguen resolver su vida estudiando o cumpliendo con trabajos muy distintos de sus primeros sueños. Todavía recuerda sus tribulaciones y las noches insomnes pensando que el mundo no marchaba y él tampoco. Detuvo el auto frente a la caseta, le dio las llaves al vigilante y tomando su maletín apuró el paso hacia los ascensores. Oprime el botón y una luz verde se enciende sobre él, mira su reloj, un minuto, el ascensor se detiene dos pisos más arriba, cuarenta segundos, reinicia su marcha, treinta segundos, se abren las puertas, veinticinco, se cierra y comienza a subir. Ahora puede darse el lujo de peinarse un poco, aún le quedan reminiscencias de la exaltación anterior, este es un mundo sucio, la injusticia suele brotar aquí y allá, y lo peor es que se esconde y juega con todo sin que nadie se percate de ello. Nada se puede hacer, los ancianos, arriba, y los jóvenes, abajo, eso será siempre, la juventud es el futuro, como no, pero cuando el futuro se hace presente ya la juventud no es tal, así es la historia de todos los días. El muchacho termina de arreglarse, mas tarde podrá tomar un desayuno ligero y un buen café, pero, por ahora, faltan cinco segundos y un piso, deja caer los brazos, mira hacia arriba, y finalmente llega, ya no hay mas segundos, las puertas se abren, la entrada a la sala está abierta, lo cual quiere decir que el presidente no ha llegado aún, todos los miembros de la directiva están adentro. El joven se acerca a la puerta, ha pasado muchas veces por ella, pero nunca puede reprimir el ligero temblor que siente cuando la ve frente a si. Hace una inspiración profunda y entra, todos están sentados, el ruido de papeles y el humo de algunos cigarros completan el ambiente que día a día se vive en esta sala. El muchacho camina cautelosamente y se aproxima a su puesto, saluda a algunos con una media sonrisa y una leve inclinación de la cabeza, se sienta, toma su maletín y lo abre para verificar una vez más que ha traído todo lo que necesita, luego pasea la mirada hacia sus compañeros de sala, todos mayores de cuarenta años, arrugados, fofos y taimados, algunos sudan pese al aire acondicionado y otros de ojos enrojecidos y piel ajada no pueden ocultar su inclinación por la bebida. Estos son los miembros de la junta directiva de la compañía. Sin previo aviso, uno de los ancianos más cercanos al joven se levanta y proclama con voz metálica:

- El presidente procede a abrir la sesión del día...-

Todos los directivos se levantan, y el muchacho, un tanto sorprendido, también lo hace, luego de unos segundos todos se sientan menos él:

- Buenos días- dice, y sin esperar respuesta se sienta, una sonrisa adorna sus labios- queda abierta la sesión de hoy, procedamos-

Ahora todo está en orden. El presidente ya llegó

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