viernes, enero 28, 2011

 

La Tranca

Encender mi carro económico y tener la certeza de que ese día cambiaría todo fueron una sola cosa. Retrocedí y enfilé hacia la salida del estacionamiento. Una vez tuve la mitad del vehículo fuera del portón encontré la eterna fila de carros de todas las mañanas esperándome. La cola, la tranca de esa hora.

Pegué casi parachoques con parachoques con el de adelante mientras que el de atrás casi rozaba mi puerta con su Explorer deseando no haberme dado paso tras sus vidrios ahumados prohibidos, según las autoridades, pero nunca eliminados.

Allí quedé, delante de la Explorer y detrás del Corsa. Sintonicé la emisora de música, chistes y reportes del tránsito y aguardé el lento avance cotidiano de los carros antes de incorporarse a la avenida principal.

Distraído acomodando unos papeles en mi maletín, el locutor que reportaba desde hacía rato el estado de calles y avenidas dijo algo que me llamó la atención. Subí el volumen al momento de hacer un pase al reportero que estaba en helicóptero:

“A ver, repítanos la información”

“Bueno podemos ver una sola cola de carros desde la entrada Este hasta la entrada Oeste de la ciudad, al Norte y al Sur igualmente están trancadas las autopistas principales y todos sus accesos, las calles laterales, avenidas, veredas. Todo está totalmente repleto de carros y trancado. ¡Es increíble! El último movimiento de vehículos que pudimos notar fue un pequeño carrito barato color verde oscuro que salió de un estacionamiento hace 5 minutos y se incorporó a la cola”

“¡Ese soy yo!, ¡Coño, está trancada toda la ciudad!”. No sabía en ese momento que al meterme en el pequeño hueco de la cola había puesto la última pieza del gran rompecabezas automotor citadino.

Pensé en retroceder de nuevo al estacionamiento a esperar que bajara la congestión pero la camioneta de atrás me impedía cualquier movimiento. Ni para atrás, ni para los lados, ni para adelante había espacio posible para mover ningún carro. Ni siquiera las motos podían rodar más allá de algunos pocos metros.

Me dije que tarde o temprano tendríamos que movernos así que apagué el carro y seguí leyendo mis papeles.

Y pasó la primera hora, luego la segunda. Al mediodía, 5 horas más tarde, todos los carros estaban apagados y la gente en las aceras hablando. Yo subí de nuevo a casa dejando el carro bien cerrado con la radio pegada a mis oídos escuchando los reportes de la mega tranca y viendo en televisión la toma aérea desde la cual apenas se veían pequeños espacios de pavimento en las vías.

A las 7 pm desperté asustado. La radio seguía incrédula hablando de gente que había que tenido que caminar kilómetros para llegar a sus trabajos o a sus casas, dejando los carros bien atrás. La pantalla mostraba reportajes teniendo por fondo filas infinitas de vehículos y gente molesta y asombrada pasando a montones por las aceras.

Ese fue el primer día de La Tranca. Lo recuerdo claramente aunque ya han pasado tres años desde entonces. Hubo unos lugares donde la gente sólo pudo salir de sus carros por las ventanillas y otros donde tuvieron que abrir como abrelatas el techo para sacar a las personas. Por supuesto que se regaron muchos rumores: gente que murió asfixiada, invasiones de carros, robos, etcétera. Pero nunca se confirmaron. Hasta había callecitas donde decían que salía un espanto de un viejo Malibú o de un autobús destartalado.

Al año se produjo la primera gran manifestación: una marcha hasta la Casa de Gobierno. Comenzó a media mañana y avanzó a buen paso pero apretujada por las aceras, la convocatoria había sido masiva. En un momento determinado de desesperación y ahogo, un hombre se subió encima de un carro y comenzó a caminar a saltos de un techo al otro, abollando algunas partes, molesto, reclamando. Lo siguieron 10, luego 100, luego fueron miles de personas aplastando carros con sus pies mientras iban a exigir respuestas al gobierno.

Pasó todo un año de protestas similares, apenas reprimidas desde lejos por los disparos lacrimógenos de la policía y los militares. La altura de los carros sobre las calles se había reducido hasta apenas unos centímetros de una capa metálica, retorcida, con pintura resquebrajada y muchos vidrios a punta de pisoteos molestos de los miles de manifestantes.

El gobierno entonces, pidiendo una tregua, movilizó (a pie) cuadrillas de limpieza de los vidrios y grupos de cortadores con sopletes y esmeriles para “alisar” la capa de metal. Luego en un comunicado leído en todas las emisoras, el gobierno instó a realizar marchas organizadas que permitieran reducir aún más la altura de los carros para convertirlos en la “nueva vía” hacia el progreso de la ciudad, libre de carros, menos contaminada y más sana. Los políticos no desperdician oportunidad alguna para hablar de progreso y cambio. Para hablar, no más.

La gente, al principio recelosa, finalmente accedió a realizar las caminatas casi a diario. El gobierno incentivó aún más la actividad realizando conciertos, obras de teatros, rifas y mercados en los puntos finales de las avenidas y plazas principales.

A los dos años y medio desde que coloqué la última pieza de la mega tranca, todas las calles de la ciudad estaban perfectamente cubiertas por una delgadísima capa de metal, plástico y cuero que permitía la circulación por encima de ella de motos, bicicletas y patines. Una vez más la ciudad tenía fluidez de transporte y efectivamente el nivel de salud de todos comenzó a subir notoriamente así como a bajar los índices de contaminación. Todos nos movíamos a dos ruedas o sobre tablas rodantes.

Era un nuevo despertar.

Hoy, seis meses más tarde, subí a mi bicicleta de segunda mano, me puse el casco y las rodilleras y salí del estacionamiento escuchando mi radio portátil con audífonos. Cuando crucé la última esquina para salir a la autopista dijeron algo en el programa de siempre que me turbó como nunca: en la avenida 14, justo antes de llegar a mi trabajo, había un embotellamiento de bicicletas desde las 6 am y en la entrada norte de la ciudad el tránsito fluía lento debido al alto volumen de patineteros y motorizados que confluían a la ciudad a esa hora. El locutor propuso canales de contraflujo de una vez en ciertos puntos de la ciudad para bajar las colas bicicleteras e hizo un llamado a las autoridades para instaurar días de parada...

La pesadilla volvía a comenzar.

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