jueves, marzo 18, 2010

 

Salto al vacío

Finalmente, luego de pasar tanto tiempo entre mis semejantes, decidí saltar al vacío. Ya no quise seguir con esa sensación de estar todo el tiempo en el aire y con una creciente opresión.

Salté pues desde lo más alto y sin mirar atrás. No reparé si había más nubes o un cielo azul infinito a mis espaldas.

Al sentir la brisa arropándome con fuerza mientras caía con un zumbido que me arrullaba, dejé volar mi imaginación. Recordé mis primeros tiempos de liviandad y despreocupación. Era una vida revoloteante, flotante, vacía de presiones y sonriente. Luego con el tiempo se fue transformando en algo gris, cargado y pesado. Algo que no soporté vivir más.

Mientras me acercaba al suelo observé los techos de las casas, los cables, los pocos sembradíos aquí y allá. Se veían distorsionados de tanto calor que les azotaba. Las calles cubiertas de humo, la tierra con un tono amarillo pálido, sedienta y resquebrajada. La gente, que parecía un montón de puntos crecientes, andaba cabizbaja pero apurada para no calcinarse con la sequía.

Caí pues, cada vez más cerca del final, a un vacío que no era tal, repleto de aire, partículas, un avión comercial que se bamboleaba estridente, unas aves en bandada sedienta, más humo y más polvo…hasta que por fin llegué a la tierra.

Luego del impacto tan poderoso que levantó varias piedrecillas, me fundí con el terreno y me transformé en una partícula de barro húmedo luego de ser la primera gota que cayó de un anhelado aguacero.


Publicado también en las Petruscosas y en ShortCuentos
Foto de Davide-DiploD

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jueves, marzo 11, 2010

 

Atraco frustrado



Apenas crucé por esa calle entendí que había cometido un error. A media cuadra sentí en la espalda al malandro dispuesto a robarme apoyando lo que supuse era su pistola entre mis vértebras lumbares.

- ¡Dame la cartera y el reloj! – me espetó con acento camorrero

- Toma la cartera – le dije – pero ahí hay sólo los 20 Bs que iba a utilizar para pagar el taxi hasta mi casa y aquí está el reloj…pero ya está casi sin pilas y se atrasa cada 15 minutos.

El tipo tomó impaciente la cartera y efectivamente consiguió los 20 y una tarjeta electrónica. El reloj igual se lo puso aunque pudo comprobar que ya estaba bien atrasado además de tener la mica muy rayada.

Señaló hacia delante:

- ¡Allá hay un cajero, vamos para que saques dinero! – me ordenó

Al llegar al cajero medio tropezando y mientras marcaba mi clave le comenté:

- Esta mañana pagué la luz, el teléfono, una deuda que tenía con tres amigos y un almuerzo en Burger King. Tengo nada más como 70 Bs en la cuenta –

Él atracador comprobó mi bancarrota en la pantalla y se comenzó a molestar:

- ¡Bueno, dame esa ropa, pues, paltó, pantalón, camisa, zapatos!-

- Ve agarrando pues…pero te digo que esta chaqueta me la regaló un amigo hace como 5 años y es la única que uso para ir a trabajar alternándola con un suéter viejito que tengo. Mira. Tenía unos rotos en los codos y en uno de sus bolsillos pero lo mandé a arreglar hace como un año – le dí la chaqueta y luego quitándome los zapatos le dije – estos zapatos ya están comidos por dentro. Hace 1 mes les puse unos cartones con goma espuma para que la suela no me hiera los pies…y bueno, tienes que echarle betún cada dos días pues se decoloran con cualquier lluviecita.

El malandro fue cada vez bajando su violencia. Guardó la supuesta pistola y fue agarrando la ropa. Me miraba curioso. Yo proseguí:

- Esta camisa todavía sirve pero ya está amarillenta en el cuello y las mangas. Es una de las tres que tengo para ir a trabajar y el pantalón, oye, ese si es nuevo, lo compré hace 2 años en los buhoneros y salió bueno. Nada más una vez se me rompió en la entrepierna, aquí ¿ves?

El ladrón me dijo:

- No, no. Vístase otra vez. ¿Celular? ¿Ipod? –

- Ipod no tengo. Lo último que usé fue un discman de los primeritos que salieron, pero se me dañó. Y aquí está mi celular, lo tengo desde hace 8 años. A veces se apaga solo pero tiene buena señal y le caben casi cien números telefónicos. Agarra ahí

El choro miró su reluciente Nokia y casi se rió de mi teléfono.

- No vale amigo, olvídalo, ese no me lo van a querer ni regalado… ¡ajá! ¿Y que traes en ese maletín?

- ¿Aquí? – respondí mientras se lo mostraba – un periódico, dos revistas del año pasado, una planilla del seguro, unos avisos clasificados y una galleta de soda ¿quieres?

El malandro no quiso la galleta sino que me acompañó hasta una licorería que estaba a dos cuadras de esa callecita oscura. Me brindó dos cervezas y una sopa, me dejó hacer una llamada y luego se despidió dejándome 50 Bs además de los 20 Bs que me había quitado antes.

Nunca entendí esa mirada que me echó antes de irse.

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