domingo, noviembre 05, 2006
La espera

Allá estuve bajo aquella mata de mango, en un chinchorro colgado, contemplando el enésimo atardecer, esperando la noche, enésima también, el sueño tardío…las vueltas en la cama…el desvelo, la madrugada y arriba otra vez. Recuerdo otros tiempos de espera, de calma superficial pero de tensión adentro, buscando esas letras, ese papel, ese tiquitiqui de las teclas que cuando comienzo a escribir rápido parece que estuviera lloviendo sobre un techo de plástico. Así voy leyendo en mis tres relojes ese tiempo que no para, indolente, taimado…ah pero cuando la cosa es gozar ¿que rápido que se mueven no? Voy a lanzar uno por uno a la basura para que dejen de acosarme. Si. Ya lo he decidido. Aunque igual están allí los relojes de la calle, el del banco, el de la señora esa que está sentada a mi lado en el vagón del metro. No hay remedio. Sigue la espera atada a esas manecillas, claro, porque ninguno de mis relojes es digital.
Cuando abro los ojos una vez más, luego del mango, el chinchorro y la enésima noche, contemplo mi techo gris que refleja las luces del día que nace y de los carros que van a sus trabajos. Yo no voy para el mismo sitio. Me quedo por un rato más mirando el gris y pensando en el luego. También hay una pregunta sabrosa que flota, sabrosa pero en un sentido medio masoquista, “¿y ahora que?”. Luces, baño, cepillo, ropa, calle… ¿y ahora que? Preguntita insolente y persistente. En la mañana me asusta cuando aparece por primera vez pero ya en la tarde es una vieja compañera y en la noche se marcha una vez más para vernos mañana.
Los que me ven en la calle, o en el chinchorro o junto a mi pregunta ven mi piel, mis ojos, mi cara que se esfuerza en el aguante pero la verdad es que me azota un cansancio de mil años, un peso en mi caminar como si fuera sobre barro, una neblina insidiosa de pesar. La lluvia pasa, el frío, el calor, los tiempos, pero igual aguanta la mata de mango, el chinchorro colgado, el atardecer. El hambre que viene y se va sin horarios. El sueño intermitente. La espera, el aguante.
Hoy soñé con aquellos días sin fin, después de la recta sin fin, de cuando niño, comía y dormía en otros chinchorros, en otras hamacas, la tarde iba sin prisa, el sol subía y bajaba y yo ni lo veía. Era tanta la calma que el espíritu se adormecía de paz y los relojes quedaban olvidados en el fondo de algún bolso hasta casi detenerse por falta de cuerda. Hoy las horas también pasan mientras contemplo ese atardecer innumerable, pero ahora ¡como duele! Como se contradice la vida cuando nos apura tanto para vivir luego apurados con deseo de frenarnos…y cuando por alguna razón nos frenan de golpe, entonces vivimos deseando tanto volver a correr.
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