martes, agosto 21, 2007
Los comunes – El Filósofo
Caminé decidido a dejar resbalar las palabras mal intencionadas que oyera, a subir escaleras de cualquier tipo y a ponerme metas importantes.
Así iba hasta que comencé a cruzar un parque, de esos que languidecen verdemente en las ciudades, rodeados de edificios, calles, corneteos y tubos de escape humeantes. Allí me conseguí un filósofo.

Este vestía un flux gris, corbata gris, camisa rosada, una gran barba que se unía al bigote también albo. Se encontraba sentado descalzo, con las piernas cruzadas a la sombra de una Ceiba imponente. Comía un sándwich de atún y leía a Bucay, sonriendo por el cuento de “Juan Sinpiernas”. A su lado tenía una laptop semi cerrada y como al descuido estaba arrojado su celular hiper plano.
Cuando me lo topé reconoció mi olor a salitre y me ofreció otro sándwich que se guardaba en un bolso deportivo que le servía de cojín.
- Luego de una larga caminata, hasta el sándwich más humilde se convierte en festín de príncipes – me dijo sonriente invitándome a acompañarlo
Comenzó a contarme sobre Drucker, Platón, Gates, Quino, Gómez Bolaños, Saramago y un viejito que inventaba un dicho nuevo cada semana sentado en la plaza de la universidad:
- El dicho de la semana pasada dice “No te resientas de quienes imiten lo peor de ti, pues hacen lo que haces y no lo que dices…como debe ser” – me comentó con un gozo especial recordando al inventor de frases.
- ¿Pero eso que quiere decir? – le pregunté
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lunes, agosto 06, 2007
Los comunes: la fotógrafa
En la última bahía encontré a la fotógrafa, corriendo descalza de arriba abajo entre el agua, la lengua de arena, las casitas, los niños, los viejitos, un burro que hay amarrado cerca del bar. Mil cosas, que ella convertía en mil fotos.
Cada foto la atesoraba como única, aunque luego la guardaba en una carpeta impecable y se la llevaba a otro sitio en su carro destartalado desde donde regresaba con las manos vacías deseosas de empuñar de nuevo la cámara.
Los retratos que me tomó en esa época me muestran marino, inconstante, salado y silencioso. Quizá yo no quería que me cargaran con una bolsa de fotografías y me botaran de nuevo de su lado. Del lado del mar. Como me hizo el pescador con sus pescados.

Ella era incesante, revoloteante como una mariposa. Había colocado una cámara en lo alto del picacho, armada y lista para disparar. Hacia allá se dirigía todos los días al atardecer y justo cuando ya el sol desaparecía lanzaba una foto fugaz. Luego la revelaba y tras contemplarla un rato, sonreía con decepción unos días o resignada otros.
- ¿Qué es lo que retratas a esa hora? – le pregunté
- El color, los colores. Quiero captar el momento justo cuando el mar cambia de los tonos del día a los tonos oscuros de la noche. Hay un momento en el cual los dos existen al mismo tiempo…ese instante quiero registrarlo- me dijo mientras veía el horizonte amorosamente.
- A ver…tengo 10 años haciéndolo todos los días, en algún momento sé que lo voy a lograr…hoy casi lo agarré, fíjate…- y me acercó la foto del día.
Ella se quedó pensando un buen rato y luego me dijo:
- Los imposibles no existen…son cosas inventadas para meternos miedo y no intentar lograr las cosas que más nos gustan. Un día me di cuenta que podía manejar una cámara y un estudio como nunca creí que lo haría y allí se me reveló que no había nada imposible para mi, siempre que lo buscara desde el amor y el bien con el esfuerzo que nace del alma…¿Se te ha revelado eso alguna vez?
Así me dijo, me guiñó un ojo y se fue a perseguir un pelícano que hacía morisquetas en el muelle. Entretanto yo me llenaba de vida con el oleaje y la veía reír y retratar sin parar. No le dije que nunca se me habían revelado esas cosas.
Un día no la vi más. No regresó a la bahía. Al tiempo la gente me dijo que ella salió en un periódico nacional premiada por una foto del mar a dos tonos.
(foto de Lou Rouge)
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miércoles, agosto 01, 2007
Los comunes: el pescador

Allí me entrevisté con un pescador rotundo, retinto de cientos de soles y con una garra como mano que cuando me apretaba el codo para hablarme fuerte, me lo dejaba doliendo dos días al menos.
Esos días son recuerdos de sabor y olor a pescado, a ese gusto salitroso que no sale de las fosas nasales cuando llegas a la orilla de una playa. Trasegaba sudor y arena todos los días junto con el pescador.
De madrugada salíamos, serenos, silenciosos. Una que otra orden se impartía con la menor cantidad de palabras. Los alientos cafeteros, rudos para esa hora. El mar negro, abrumador.
Era una tarea agitada, experta pero al mismo tiempo relajante. A veces me quedaba embobado viendo los peces temblando ya en el bote, pensando en su libertad recién perdida.
El regreso variaba, con buena pesca, chistes y risotadas, con pesca mala, caras largas, planes de cambio, pero en la orilla el rito era siempre igual, repartición de los pescados, venta de algunos ahí mismo y recogida de los aperos.
- ¿Por qué usted sale a pescar una sola vez al día y no varias para luego descansar uno o dos días? – pregunté al pescador
- ¿El equilibrio?
- Si. En esta vida si te esfuerzas poco te llaman vago, te insultan sin pensar…y si te esfuerzas mucho te llaman pendejo y también te insultan sin miramientos. Hagas lo que hagas los insultos, la crítica, llegan.
- ¿Pero a usted le importan esos insultos?
- A mi no…por ello esto es el equilibrio, salgo todos los días a no pensar en ofensas. Una vez al día cada día es suficiente para vivir, respiro el mar y el cielo, consigo sustento y me alejo de voces como la tuya que siempre quieren cambiar mi rutina de paz…prefiero las voces de las sirenas…
En ese momento me regaló todos sus pescados, me levantó del piso con su garra y me dijo “tienes comida como para caminar dos o tres días”…y se alejó con su red al hombro, sonriéndole al sol, con los pies arenados y la piel libre de habladurías.
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