lunes, febrero 11, 2008
Guasare
Luego de verle a los ojos un buen rato. Media hora quizá. Sacudí las llaves, atranqué la puerta y partí hacia el Sol. Que los caminos en esta soledad están tan llenos de Sol que una marcha así de larga es como andar por esa estrella.
Lo hago cada día 14 de cada mes, una ida y una vuelta.
No hay subidas ni bajadas, es todo de un llano que te abofetea el alma, como lo hacen con la piel los granillos de arena que esta brisa le sacude a todo el mundo queriendo esculpir una nube sobre el mar.
De ida se alcanza a ver la cima de un cerro solitario que lucha contra la ventolera valientemente. Atrás el cielo lo secunda y se une a un felpudo de matas espinosas, frutales, verdes, marrones, de burros y conejos, vacas, bosta, madrigueras y ciento un mil millones de sonidos distintos que cada día resuenan sin eco en ese espacio infinito de vida. De esa vida que recuerdo todavía… “Es que son pocas décadas las que llevas” me dice un veterano marchante que se estaciona en su tremedal preferido a ver el atardecer.
Un grillo me taladra el tímpano y prosigo mientras las luces comienzan a encender por lo cerca de la noche.
Al llegar al cruce de caminos siempre me tienta desviarme hacia la playa, allí donde la lengua de arena es tan larga como la de la gente que comenta sobre las apariciones y sobre una cruz que puesta en medio de un patio protege de los malos tratos y los malos sustos. También usan la lengua para chismes terrenales pero esos ya no me atraen.
Me regreso atento al pasar de la gente en los carros, echándole más brisa al viento. Ajenos al chisme y al camino que discurro.
Sale una luna que de tanto blanco parece cal. Aquí es blanquísima, allá aquellos que por exceso de ciudad la creen amarillenta.
Ella pinta en claroscuro sobre la Sierra, sólo azules oscuros y negro, plomo que le llaman. Hacia allá, hacia la montaña voy pero nunca alcanzo ni siquiera la primera duna antes del amanecer. Antes del albor del día 15.
Entonces desatranco otra vez la puerta y me guardo con mi espejo, esa foto vieja de otros días. Sin pensar en el mes que pasará antes de que nuevamente sacuda el llavero y pasee por las arenas tentado de mar.
Es que por mucha tentación que haya no me iré de aquí, somos gente de este lugar, de Guasare.
Lo hago cada día 14 de cada mes, una ida y una vuelta.
No hay subidas ni bajadas, es todo de un llano que te abofetea el alma, como lo hacen con la piel los granillos de arena que esta brisa le sacude a todo el mundo queriendo esculpir una nube sobre el mar.
De ida se alcanza a ver la cima de un cerro solitario que lucha contra la ventolera valientemente. Atrás el cielo lo secunda y se une a un felpudo de matas espinosas, frutales, verdes, marrones, de burros y conejos, vacas, bosta, madrigueras y ciento un mil millones de sonidos distintos que cada día resuenan sin eco en ese espacio infinito de vida. De esa vida que recuerdo todavía… “Es que son pocas décadas las que llevas” me dice un veterano marchante que se estaciona en su tremedal preferido a ver el atardecer.
Un grillo me taladra el tímpano y prosigo mientras las luces comienzan a encender por lo cerca de la noche.
Al llegar al cruce de caminos siempre me tienta desviarme hacia la playa, allí donde la lengua de arena es tan larga como la de la gente que comenta sobre las apariciones y sobre una cruz que puesta en medio de un patio protege de los malos tratos y los malos sustos. También usan la lengua para chismes terrenales pero esos ya no me atraen.
Me regreso atento al pasar de la gente en los carros, echándole más brisa al viento. Ajenos al chisme y al camino que discurro.
Sale una luna que de tanto blanco parece cal. Aquí es blanquísima, allá aquellos que por exceso de ciudad la creen amarillenta.
Ella pinta en claroscuro sobre la Sierra, sólo azules oscuros y negro, plomo que le llaman. Hacia allá, hacia la montaña voy pero nunca alcanzo ni siquiera la primera duna antes del amanecer. Antes del albor del día 15.
Entonces desatranco otra vez la puerta y me guardo con mi espejo, esa foto vieja de otros días. Sin pensar en el mes que pasará antes de que nuevamente sacuda el llavero y pasee por las arenas tentado de mar.
Es que por mucha tentación que haya no me iré de aquí, somos gente de este lugar, de Guasare.
Ánimas nos llaman los chismosos.
Etiquetas: Ánimas, Cuento, Cuentos cortos, Falcón, Paraguaná
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zhengjx20160516
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