viernes, marzo 27, 2009
Los comunes - El Demonio
Al artista nunca lo abandona el arte. Hacía tiempo que se me había olvidado el sabor salado de la playa y el regusto del atún del filósofo, pero añoraba aquellas tardes de escenas y música de acera de los comunes.
A varias cuadras del parque había una sala con grandes vidrieras a través de las cuales pude ver algunas fotos de la exposición que esa semana estaba presentando la fotógrafa. Al frente de allí había una plaza redonda rodeada por árboles y museos ya deteriorados de sol e indiferencia. Una ronda de músicos hacía su presentación de esa hora, anárquica pero apasionada.
Me acerqué hambriento de pan pero también de arte. Me cuentan que en mis ojos se reflejaban esas dos necesidades hondas. Así me dijo uno de los músicos al cual llamaban El Demonio. Mientras los demás se me alejaron por temor, este se acercó, me dio unas galletas y agua y hasta me ofreció dormir en el apartamento que alquilaba con los demás.
En las noches siguientes conocí una vida depravada, dañada de sustancias y desenfreno, pero todo lo veía desde un rincón o desde una puerta abierta pues El Demonio me prohibió participar en eso leyendo en mi alma una historia distinta a la suya. Me ayudaba a comer, me dejaba participar en algunos de sus conciertos austeros pero nunca permitía que me uniera a la molicie humana que se daba en aquel edificio ahumado y viejo en el que pensé viviría por siempre.
Un día le conté todo a El Demonio, de donde venía y por que. Él me dijo que ya lo sabía, lo adivinó en mi teatralidad, en la arena playera que todavía caía de uno de los ruedos del pantalón, en esa ausencia de lágrimas que sólo produce una tristeza insondable y una desesperación rutinaria, y me ofreció ayuda, pero “sin preguntas” me dijo. “Hazte famoso, triunfa, aquí están los nombres, toma este dinero que yo te voy a ir dando” (me mostró un paquete de miles) "y haz lo tuyo…pero déjame a mi hacer lo mío".
Lo pensé (¡claro que lo pensé!) en esas horas largas a la que me acostumbré desde niño y que parecen durar días, que luego sí son días y pasan a ser meses. Así los años. Pensé en la oportunidad que el mismísimo Demonio me ofrecía: una vida de luz por fin, de éxito, de renombre, una gran obra en la capital, giras, entrevistas…pero con una sombra, un destello de perversidad en mi espalda que tarde o temprano, lo sabía, vendría por mí o se abriría paso para mostrarse como dueño de mis logros.
La última noche tomé la mejor ropa que tenía y salí del apartamento. Dejé el dinero y la oportunidad de vender mi alma, preferí mejor conservarme bueno, dejar aquella vida de común y venirme para mi ciudad desde donde salí hace tanto buscando amores y aplausos allende el mar.
A varias cuadras del parque había una sala con grandes vidrieras a través de las cuales pude ver algunas fotos de la exposición que esa semana estaba presentando la fotógrafa. Al frente de allí había una plaza redonda rodeada por árboles y museos ya deteriorados de sol e indiferencia. Una ronda de músicos hacía su presentación de esa hora, anárquica pero apasionada.
Me acerqué hambriento de pan pero también de arte. Me cuentan que en mis ojos se reflejaban esas dos necesidades hondas. Así me dijo uno de los músicos al cual llamaban El Demonio. Mientras los demás se me alejaron por temor, este se acercó, me dio unas galletas y agua y hasta me ofreció dormir en el apartamento que alquilaba con los demás.
En las noches siguientes conocí una vida depravada, dañada de sustancias y desenfreno, pero todo lo veía desde un rincón o desde una puerta abierta pues El Demonio me prohibió participar en eso leyendo en mi alma una historia distinta a la suya. Me ayudaba a comer, me dejaba participar en algunos de sus conciertos austeros pero nunca permitía que me uniera a la molicie humana que se daba en aquel edificio ahumado y viejo en el que pensé viviría por siempre.
Un día le conté todo a El Demonio, de donde venía y por que. Él me dijo que ya lo sabía, lo adivinó en mi teatralidad, en la arena playera que todavía caía de uno de los ruedos del pantalón, en esa ausencia de lágrimas que sólo produce una tristeza insondable y una desesperación rutinaria, y me ofreció ayuda, pero “sin preguntas” me dijo. “Hazte famoso, triunfa, aquí están los nombres, toma este dinero que yo te voy a ir dando” (me mostró un paquete de miles) "y haz lo tuyo…pero déjame a mi hacer lo mío".
Lo pensé (¡claro que lo pensé!) en esas horas largas a la que me acostumbré desde niño y que parecen durar días, que luego sí son días y pasan a ser meses. Así los años. Pensé en la oportunidad que el mismísimo Demonio me ofrecía: una vida de luz por fin, de éxito, de renombre, una gran obra en la capital, giras, entrevistas…pero con una sombra, un destello de perversidad en mi espalda que tarde o temprano, lo sabía, vendría por mí o se abriría paso para mostrarse como dueño de mis logros.
La última noche tomé la mejor ropa que tenía y salí del apartamento. Dejé el dinero y la oportunidad de vender mi alma, preferí mejor conservarme bueno, dejar aquella vida de común y venirme para mi ciudad desde donde salí hace tanto buscando amores y aplausos allende el mar.
Imagen Original: Fotoproze
Anécdota para el cuento tomada del Blog de Eliana Quintero
Etiquetas: allende el mar, comunes, Cotidiano, Cuento, Cuentos cortos, oportunidades, Personajes, vida