miércoles, septiembre 15, 2010

 

Fútbol

4 de la mañana. Camino atontado de cerveza, ron y humo por una de esas callejas laterales del Boulevard de Sábana Grande. A esta hora en estas latitudes no pega casi frío así que marcho con mi franela del Che, pantalones desmechados y sandalias. Voy de un bar malandro a otro más rockero.

Por la avenida principal caminan, están de pie o sentados los espectros de esa hora: piedreros, trasnochados, enguayabaos, transformistas, prostitutas, ebrios, ladrones, vecinos, locos y otros que, como yo, lo que van es en tránsito de un pre despacho a la rumba para amanecer.

Encima llevo algo de mariguana. Una cantidad suficiente para salvar cualquier momento demasiado aburrido en el resto de la noche y para llegar a la mañana sabroso, relajado y con hambre.

Delante de una Santamaría más que cerrada a esa hora juegan unos muchachos, quizá piedreros, quizá rateritos, quizá sólo estudiantes alérgicos a la cama y a la luz. Se pasan un balón de fútbol ya bastante roído, agrietado, con un hueco en un lado y algunas reparaciones hechas con teipe marrón de ese que se usa para embalar.

El balón llega a mis pies y lo devuelvo con la agilidad de quien viene con la sangre achispada. Va y viene el balón por el aire o por el piso. La portería es la Santamaría donde resuena el pelotazo cuando el arquero encandilado de madrugada no puede parar el chute.

Duro apenas unos minutos pateando el balón. Justo cuando me hacen el último pase la pelota se aleja un poco por la acera y voy en su busca. Es entonces cuando aparecen en toda la esquina tres PM, Policías Metropolitanos, vestidos de oscuro, de peligro para los espectros sabaneros, peor aún si además de la pinta en cuanto a ropa y hora se refiere tienen las greñas como las que me gasto desde hace años, un pelúo pues.

El PM peor encarado se adelanta caminando veloz y me grita “¡Epa!, quédate quieto. Deja eso ahí”. Detengo pues el paso justo un metro antes del balón. Los otros PM se quedan un poco más atrás.

El mala cara mira la Santamaría, mira a los otros jugadores, me mira a mi, mira al balón, como midiendo agresiones, escapes, rolazos, dimensiones de la jaula, ¡Que se yo!

De pronto afinca más el paso y justo antes de la pelota se detiene y le da una formidable patada directo al “arco” improvisado. Se ríe. Los otros PM se ríen. Marcó un golazo indiscutible. Le devuelven la pelota y echa otros tres o cuatro chutes. Luego sigue caminando con los otros dos hablando del Mundial que está por comenzar.

Dejo a los jugadores con su pelota y sigo hasta el siguiente bar. Otra noche de rock and roll a lo caraqueño pues.

Versión sobre anécdota real de L. Calello

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