miércoles, abril 09, 2008

 

Buen diente


Se decía de él que era buen diente pues sus desayunos criollos eran memorables, sus almuerzos copiosos y sus cenas interminables.

En un desayuno llegando a Barinas se comió una palangana de perico con 6 aguacates y una docena de arepas asadas, bañado en tres litros de natilla y dos kilos de queso duro.

Esos eran sus desayunos “fiesteros”, es decir, los que tomaba en fechas especiales.

Los cotidianos incluían sólo 5 arepas rellenas con chicharrón o con jamón y queso (el jamón de pavo y el queso munster que se derritiera hasta pegarse a la servilleta), un kilo de caraotas refritas o recién hechas con azúcar y suero. Era optativo que las arepas fueran asadas o fritas y sólo muy de vez en cuando variaba el menú criollo por algo más exótico: 3 docenas de panquecas con sirope, queso rayado, jamón, salchichas, tocineta y mantequilla o cuatro bolsas de pan Holsum hechas en tortillas “francesas”

“Yo tengo un buen diente” – solía declarar radiante a la prensa cuando lo seguía a romper algún record mundial o regional de tragaldabas indomable. La verdad a nadie le importaba mucho si rompía alguna marca o no pendiente de ver desaparecer los 20 kilos de comida en un dos por tres.

Los restaurantes se disputaban su imagen y le reservaban siempre una mesa cercana a la cocina de frente a la puerta del local así como los mejores cortes de carnes, pollos, pescados o cualquier bicho comestible que se le antojara. Se comía una punta trasera él solo junto con dos pollos enteros, 8 morcillas y dos bandejas de ensalada de palmito con tomate o se bajaba la olla de mondongo del día remojándole 4 bolsas de canillas francesas o 20 tortas de casabe. Cada cierto tiempo optaba por sus “antojos europeos” lanzándose 10 pizzas familiares con dos botellones de refresco o jugo de mora (cuando mucho durazno) o 12 platos de pasta variada entre linguinis, fetuccinis y tortellinis Alfredo, Pesto o 4 quesos.

Postres todos: quesillo, bienmesabe, helados, estrudel, pie, ópera, tres leches, marquesa, torta de queso, de zanahoria, de almendras, negra, helada, con arequipe, mil hojas, profiteroles, palmeritas, lloronas, bombas, ambrosias, donas, flan…

Sus cenas eran acompañadas con música en vivo y una cobertura de prensa que solía pinchar algún chisme sobre sus preferencias sexuales o políticas. En esos programas siempre había un invitado especial, experto, psicólogo o sociólogo (rara vez gastrónomo y nunca gastroenterólogo), quien comentaba sobre las profundas carencias del alma cuyo vacío buscaba llenar comiendo tanto y tan seguido o sobre quizá algún complejo de Edipo proyectado en los 7 risottos de salmón que se ventilaba con frecuencia (otros decían que el complejo de Edipo era más bien del hipo pues un ataque de esos podía durarle tres días estremecedores)

“Tengo un buen diente” – repetía antes las cámaras…y luego se supo que lo que decía era una gran y perturbadora verdad, pues todas las noches en privado antes de dormir, se sacaba su único diente, que de paso era postizo, lo pulía amorosamente, le sacaba filo y lo guardaba en un vaso con una mezcla de agua de rosas, Listerine y leche. Rezaba una oración y rogaba porque su buen diente le durará para siempre.
Imagen de Jesusito

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