lunes, diciembre 29, 2008

 

Orinoquia

Serían como las 3 de la mañana…no recuerdo bien porque no tenía reloj pero la noche era más oscura y fría que nunca a esa hora” comenzó a contar el paciente mientras le revisaba la herida profunda y sucia que tenía en la pantorrilla casi desde la corva.

Estaba soñando feliz montado en el chinchorro bien arropado y de repente desperté con mucha presión en la vejiga. Tenía que ir al baño urgente cruzando el patio, pero la noche era cerrada, tan oscura que sientes que si te mueves te puedes pegar en la nariz con cualquier cosa. Comencé a retirar la cobija pero, tú sabes, a esa hora se te vienen a la mente los miedos. Recordé la espantosa escolopendra que apareció el día antes cerca de la puerta del cuarto y que hubo que matarla a palazos… ¿y si había alguna otra por ahí paseando?, ¿y si estaba la hija o la pareja por ahí buscando venganza?...escuché entonces todo tipo de ruido sospechoso en el cuarto y en la casa: shrik, pik, chas-chas…a lo mejor no eran más que cucarachas hurgando algún rincón o un ratón orejón de campo paseando por el techo pero a esa hora me parecía un pelotón de escolopendras malignas tendiéndome una emboscada. Para más remate comenzaron a caer las primeras gotas de una lluvia incesante…plic, plic, plicplic, ploc ploc ploc…fuuuuu, un aguacero imparable cubrió con su roncar en el techo todo sonido sospechoso de ciempiés.
La vejiga presionaba duro así que procuré espantar los miedos y saqué los pies del chinchorro. Posé el derecho en el piso frío y liso que de pronto pareció el lomo de una culebra que se movía…pero no, era sólo piso. Busqué hacia acá y hacia allá los zapatos y nada…seguramente en la borrachera de anoche me vine a acostar sin zapatos luego de tomarme el último trago. ¡Que mala hora!

Comencé a pensar entonces con asco en lo que sería pisar descalzo a un sapo gordo y mojado a esa hora, en la sensación de estripar ese animalejo y sentirlo apretarse hasta explotar contra el suelo mientras le piel y las tripitas se metían entre los dedos. ¡Puaj!. Porque la población de sapos en esta casa ronda los 5 mil y en tiempos de lluvia se reproducen maravillosamente. Pasé entonces otro rato paralizado pensando en sapos y escolopendras, cucarachas y ratones y el sonido de la lluvia arrullándome la vejiga para que la vaciara de inmediato.

Finalmente me bajé dispuesto a lo que fuera, una que otra luz de los postes de la calle se colaba entre los árboles para darme la impresión de que podía ver algo por donde caminaba. Un paso, otro, el piso liso dio paso a la tierra ya gredosa y fría cuyo olor flotaba por todas partes. Los sapos cantaban con fruición su ración aguada madrugadora, seguro que estaban saliendo 500 sapitos de la charca más cercana en ese momento. A mitad de camino sonó una rama hacia mi izquierda y me detuve. Un ruido raro encima de todo el escándalo de la lluvia y los sapos. Me quedaban dos animales que podían estar acechándome: una enorme culebra, quizá cascabel o una tarántula maligna peluda y de ojillos rojos…pero ninguna de esas dos sería capaz de hacer ese ruido.

No sonó más nada por un buen rato mientras me empapaba hasta el alma bajo esa pared de agua así que corrí el último tramo y entré al baño. No había luz, como nunca ha habido luz en esta zona, así que prendí la consabida vela ya casi completamente consumida y pude vaciar con placer la presión que tenía desde hacía ya casi una hora…pissssssss.

El regreso. Mojado, con frío, aliviado pero ahora urgido de volver a la seguridad del chinchorro. Seguro que los conspiradores animales me pillaron de ida y no me iban a perdonar de venida. Así que me armé con un palo de escoba que apoyado en un rincón se aburría desde que le quitaron el cepillo y lo convirtieron en removedor de pintura.

Abrí la puerta y la brisa se encargó de apagar la vela apenas hube caminado unos pasos. Quedé de nuevo en una oscuridad pesada y húmeda. La lluvia comenzó a remitir pero quedaban los goteos del techo, los chirridos de los grillos enjuagados y los ruidos sospechosos que se arrastraban o crujían aquí o allá justo en frente de mí.

Avancé más lentamente esgrimiendo con fuerza el palo de escoba y más convencido que nunca de que en cualquier momento me caería una escolopendra comando en toda la nuca picándome con su cola bífida…

Ahí le interrumpí el largo cuento y le pregunté con mi falta de imaginación profesional “¿pero dígame como fue que se hizo esta raja en la pierna?”

Ah bueno” – contestó – “es que llegando casi al final olvidé que habíamos dejado una cava atravesada por la fiesta de anoche, tropecé y me caí contra unos ladrillos

“Otro cuento de borracho” pensé y saqué las vendas.


Imágenes de Fotoreptiles y Sylvia Matsuda

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